La actualidad de El Capital después de 150 años

El Capital, la obra maestra de Carlos Marx, fundador del socialismo científico, tiene 150 años. El análisis realizado en el primer volumen de este trabajo, que fue el único volumen publicado en vida, ha sido validado por la experiencia histórica de estos 150 años y ha sido una guía única para entender el mundo en que vivimos.

En El Capital, Marx estableció las relaciones y fuerzas fundamentales que están ocultas por las manifestaciones superficiales del capitalismo, formuló “la ley económica del desarrollo de la sociedad moderna” y proporcionó una base científica para la acción de la clase obrera moderna, sepulturera del capitalismo.

En este trabajo, donde reunió los resultados madurados de sus largos estudios sobre economía política, Marx desnudó la formación del capitalismo, las condiciones de su existencia y las dinámicas que inevitablemente llevan a su colapso.

En este sentido, El Capital continuará siendo un trabajo actual y válido mientras exista el capitalismo. Además, la perspectiva oscura del mundo que amenaza el futuro de la humanidad hace aún más necesaria la lectura y la discusión de esta obra.

A medida que la economía mundial sigue amenazada por el estancamiento y la inestabilidad tras la crisis del capitalismo en 2008, a medida que nos enfrentamos a muchos otros problemas como la creciente explotación y agudización de la rivalidad imperialista, la pobreza, el hambre y la guerra en el mundo subdesarrollado, la crisis de los migrantes, el surgimiento del fascismo y otras ideologías reaccionarias, la crisis ecológica, etc. El Capital es, en la actualidad, una guía muy importante para comprender el mundo que nos rodea.

En el 2017 no sólo se conmemora 150 años de El Capital, sino también el centenario de la primera revolución de la clase obrera en la historia dirigida por los marxistas de Rusia que siguieron el camino de El Capital. Estos aniversarios están tan estrechamente interconectados que no se los puede evaluar por separado. Rusia fue el primer país donde esta gran obra fue completamente traducida en 1872. Los 3000 ejemplares de esa traducción se agotaron rápidamente y se debatieron ampliamente entre los intelectuales rusos. Este interés se debió, en parte, a las particulares condiciones históricas e intelectuales de Rusia. Sin embargo, lo que es más importante, en un país en el que el capitalismo se estaba desarrollando, El Capital era leído y debatido para comprender el curso del desarrollo histórico, no solo debido al poder intelectual de esta obra sino también a su función real: cambiar el mundo de una manera consciente.

Información general sobre El Capital

Aunque el primer volumen de El Capital fue publicado en 1867 reunió los importantes resultados de largos años de estudios en economía política, constituye solo una parte del análisis científico de la sociedad burguesa. Marx escribió las notas del proyecto que más tarde se convertirían en el segundo y tercer volumen de El Capital a mediados de la década de los 1860, antes de la finalización del primer volumen. Estas notas fueron reunidas y preparadas para posteriormente ser publicadas por su camarada y amigo íntimo, Federico Engels. En 1885 Engels publicó el segundo volumen sobre el proceso de circulación de capitales con el subtítulo “El proceso global de la producción capitalista”, y en 1894 el tercer volumen que se centraba en los mecanismos básicos del funcionamiento práctico del capitalismo. No fue hasta la década de 1950 cuando Teorías de la plusvalía, también conocido como cuarto volumen de El Capital, un análisis crítico de la enorme literatura de la Economía incluida en El Capital fue impresa en su totalidad.

Lo que también puede considerarse como parte de El Capital son los manuscritos de Marx de 1857-1858, sobre temas que él pensó que debían incluirse en esta obra o en una más amplia. Estos manuscritos fueron publicados en alemán por el Instituto Marx-Engels en 1939-41 con el título Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie. La Contribución a la Crítica de la Economía Política publicada en 1859 fue una importante obra complementaria a El Capital, aunque Marx dijo que el contenido de ésta se hallaba cubierto en el primer volumen del mismo. De hecho, el esquema que Marx preveía para el estudio de la economía política era mucho más amplio que lo que existía en El Capital. En su borrador, en 1857, afirma que analizaría la Economía Política en los siguientes seis capítulos: Capital, Propiedad de la tierra, Trabajo asalariado, Estado, Comercio Exterior, Mercado Mundial y Crisis. Los tres primeros títulos fueron cubiertos en orden diferente en los tres volúmenes de El Capital. Sin embargo, no vivió para completar sus trabajos sobre los tres temas restantes. Aún así, el análisis y método de investigación que Marx propuso en El Capital nos dejó un suficiente punto de partida para el estudio de esos temas.

El Capital va con el subtítulo Crítica de la Economía Política. Este es un tema que Marx tenía interés desde cuando en su juventud estaba orientado hacia el comunismo: “Una crítica despiadada de todo lo existente”[1][1]. El programa de crítica que Marx propuso para la emancipación humana, centrado inicialmente en la crítica de la religión, el derecho, la teoría del Estado y la filosofía, en parte se debió a su formación intelectual. Como principal comentarista de Rheinische Zeitung en 1842-43, su atención se centró en los problemas económicos debido a los debates en el Parlamento del Estado del Rin sobre la silvicultura ilegal, la desintegración de la propiedad de la tierra, el libre comercio y el proteccionismo.

Inmerso en los problemas económicos, Marx llegó a la conclusión de que “tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que, por el contrario, radican en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de ‘sociedad civil’, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política”.[2][2]

En su famoso prefacio a Contribución a la Crítica de la Economía Política, publicado en 1859, Marx resumió el método materialista histórico que había alcanzado como resultado de sus estudios. En este prefacio afirma que la fuente del movimiento que provoca el cambio social debe ser buscada en las relaciones materiales de producción que son independientes de la voluntad, la conciencia y las intenciones de los hombres, y son estas relaciones las que las determinan. Las relaciones materiales de producción corresponden a un nivel dado de desarrollo de las fuerzas de producción. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social.

Según Marx, la historia social se basa en el hecho de que se suceden formas sociales específicas, en donde los fenómenos sociales están interconectados en un orden coherente de relaciones internas.[3][3] Para entender el cambio es necesario aplicar la dialéctica en la historia, la ciencia de las correlaciones, el movimiento y el desarrollo. Debajo de las diferentes formas sociales de la historia se encuentran diferentes modos de producción que expresan la unidad dialéctica entre las relaciones materiales de producción y las fuerzas productivas. La transición de un modo de producción a otro es el resultado de las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones materiales de producción. Estas contradicciones se manifiestan en forma de luchas de clase y son los motores del cambio histórico. Por lo tanto, desde la aparición de las clases, “La historia de toda sociedad que ha existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”[4][4]. Según Marx, las sociedades de Europa occidental, donde el capitalismo nació como un modo específico de producción, pasaron por las etapas del comunismo primitivo, la esclavitud y el feudalismo respectivamente. El capitalismo surgió de la matriz del feudalismo; basado en el método dialéctico, Marx efectúa en El Capital un análisis orgánico e histórico de este específico modo de producción. Concretizó el método materialista dialéctico e histórico en el análisis del capitalismo y planteó la necesidad de superar las contradicciones internas del capitalismo a través de la revolución política y social.

El método y la arquitectura de El Capital

Como El Capital pretende estudiar la formación del capitalismo y las condiciones para su existencia y colapso, contiene un análisis detallado del cambio histórico, así como una abstracción de las relaciones cambiantes. Sobre este asunto, Marx expresa su gratitud a la dialéctica hegeliana. “La mistificación sufrida por la dialéctica en las manos de Hegel, no quita nada al hecho de que él haya sido el primero en exponer, en toda su amplitud y con toda conciencia, las formas generales de su movimiento. En Hegel la dialéctica anda cabeza abajo. Es preciso ponerla sobre sus pies para descubrir el grano racional encubierto bajo la corteza mística”[5][5].

El principal punto de partida de Marx es que el cambio no es independiente de las cosas, y que uno debe investigar cómo, cuándo y hacia qué dirección se produce el cambio. En El Capital, meticulosamente  presenta los métodos salvajes del proceso de formación del capitalismo, que los describe como acumulación primitiva de capital; las luchas por la regulación de las fábricas en Gran Bretaña y, haciendo referencia a los informes oficiales, Marx no solo revela las terribles condiciones de trabajo de los trabajadores, sino que también hace una conexión con un análisis sintético de las relaciones en que se basa el modo de producción capitalista.

En los Grundrisse, en el capítulo titulado El método de la Economía Política, Marx expresa su método de estudiar la Economía Política como el método de pasar de lo abstracto a lo concreto. Según él, “para analizar las formas económicas, no se puede utilizar ni el microscopio ni los reactivos químicos. La capacidad de abstracción ha de suplir a ambos”[6][6]. Este método requiere un estudio que utilice una serie de abstracciones a fin de pasar de la apariencia a la esencia, de lo concreto real a lo concreto construido en la mente. La materia es el punto de partida para la abstracción utilizada en El Capital. Esto se debe a que “en la sociedad burguesa, la forma mercancía del producto del trabajo o la forma valor de la mercancía son formas económicas celulares”[7][7].

En El Capital, Marx comienza con un análisis bastante abstracto de la mercancía y desarrolla categorías como valor de uso, valor de cambio, el dinero como forma de valor, la plusvalía y la acumulación de capital. En cada etapa de abstracción, sobre la base de las conexiones inherentes y las contradicciones de cada categoría, se eleva a categorías más complicadas. Por ejemplo, a partir de la relación contradictoria entre el valor de uso de las mercancías y su valor de cambio, deriva las características del dinero y, sobre la base de la misma contradicción, señala la inevitabilidad de las crisis capitalistas.

Los capítulos de los volúmenes de El Capital también muestra cómo Marx procede de una abstracción a otra. En el volumen I vemos un análisis del capital en general. Haciendo una completa abstracción de la diferenciación interna del capital y de los sistemas de precios en el mercado, Marx se centra en la relación entre capital y trabajo asalariado, la relación fundamental que permite la existencia del capitalismo. Sostiene que la explotación de la plusvalía es la base de la acumulación de capital que permite la reproducción del capitalismo y que esta explotación se materializa controlando el proceso del trabajo a través de la realización de la plusvalía absoluta y relativa.

Pasando de este análisis del capital en general en el Volumen I, vemos el análisis del área de circulación del capital y su proceso de reproducción en el Volumen II. Y, en el volumen III, vemos el paso del nivel del capital en general al nivel de muchos capitales y un análisis del funcionamiento del capitalismo en su realidad concreta. Aquí se analiza la conversión de la plusvalía en ganancia y de la tasa de plusvalía en la tasa de ganancia, la equiparación de la tasa de ganancia como resultado de la competencia entre capitalistas, la tendencia de la tasa de ganancia a caer, la transformación de la plusvalía en beneficio, interés y renta y el mecanismo de crédito.

El análisis del capital en consecutivos niveles de abstracción, en diferentes volúmenes de El Capital, significa que las categorías económicas se transforman continuamente. Por ejemplo, la plusvalía que en el Volumen I se discute en un nivel de abstracción del capital en general, se transforma en categorías como beneficio e interés en el contexto de capitales singulares en el Volumen III. Del mismo modo, el concepto de valor que aparece en el Volumen I aparece en forma de precios de producción en el Volumen III.

Crítica de la Economía Política en El capital

En su artículo Las tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, escrito por Lenin en 1913, afirma que la doctrina de Marx surgió como la continuación directa e inmediata de las enseñanzas de los más grandes representantes de la filosofía, la Economía Política y el socialismo y que es  legítima sucesora de lo mejor que el hombre produjo en el siglo XIX, representado por la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés. A la luz de esta evaluación general, se puede decir que Marx, con la guía del método dialéctico de la tradición de la filosofía crítica clásica alemana, hizo un análisis crítico del capitalismo sobre la base del fundamento teórico que la economía política inglesa había producido y trató de establecer cómo lograr el comunismo moderno, producto de la tradición socialista francesa, a través de la acción consciente de la clase obrera y por qué esto es necesario según las leyes del movimiento del capitalismo.

La crítica de la sociedad burguesa que Marx desarrolló en El Capital se basa en los fundamentos teóricos planteados por la economía política clásica inglesa representada por las obras de Adam Smith y David Ricardo. Aunque la economía política clásica fue desarrollada principalmente por los pensadores ingleses, la contribución de la escuela fisiocrática francesa fue elogiada por Marx y tuvo un importante papel que desempeñar. Marx avanzó consistentemente en la economía política clásica y formuló la teoría del valor del trabajo y la teoría de la plusvalía. En este sentido, Marx es a la vez un crítico de la economía política clásica y su último gran representante.

Marx es el que primero utilizó y puso en la literatura científica el concepto de economía política clásica. Afirma que empezó con William Petty en Gran Bretaña y Pierre Boisguilbert en Francia, en el siglo XVII, y que terminó en el primer cuarto del siglo XIX en estos países con David Ricardo y Sismondi respectivamente[8][8]. En El Capital expresa la idea principal detrás de esta afirmación:

“Para decirlo de una vez por todas, advertiré que yo entiendo por economía política clásica toda la economía que, desde W. Petty, investiga la concatenación interna del régimen burgués de producción, a diferencia de la economía vulgar, que no sabe más que hurgar en las concatenaciones aparentes, cuidándose tan sólo de explicar y hacer gratos los fenómenos más abultados, si se nos permite la frase, y mascando hasta convertirlos en papilla para el uso doméstico de la burguesía los materiales suministrados por la economía científica desde mucho tiempo atrás, y que por lo demás se contenta con sistematizar, de manera pedante y proclamar como verdades eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del régimen burgués de producción se forman acerca de su mundo, como el mejor de los mundos posibles”[9][9]

El carácter científico de la Economía Política que señala Marx se desarrolló sobre dos pilares a partir de la segunda mitad del siglo XVII. La primera es la teoría del valor del trabajo como principio regulador del sistema de precios en el mercado y para la distribución; y, la segunda es la búsqueda de las condiciones de la reproducción económica. En la economía política clásica, la teoría del valor del trabajo se desarrolló principalmente en Inglaterra, mientras que las innovaciones teóricas en la reproducción económica fueron materializadas principalmente por pensadores franceses. Estos dos pilares constituyen la hoja de ruta para el posterior desarrollo de la economía política científica. La economía política clásica aborda la vida económica sobre la base de las relaciones entre las tres principales clases de la sociedad capitalista: los capitalistas, la clase trabajadora y los terratenientes. Trata de explicar cómo se determinan los ingresos de estas tres clases en forma de ganancia, salario y renta,  respectivamente, y las relaciones entre ellas. Sin embargo, al hacerlo, como en el caso de Ricardo, “toma conscientemente como punto de partida de su investigación el antagonismo de los intereses de clase, del salario y la ganancia, de la ganancia y la renta del suelo, considerando ingenuamente este antagonismo como una ley natural de la vida social”[10][10].

Según Marx, los éxitos científicos de la economía política clásica se derivan, en gran medida, de la posición progresista y crítica de la burguesía, que recogió los intereses de todas las clases sociales durante su lucha por el poder en contra del feudalismo y sus clases remanentes. La filosofía de la iluminación (ilustración) fue el principal resorte intelectual de esta escuela. Los filósofos ilustrados consideraban la sociedad de mercado y sus relaciones como la condición fundamental para el progreso humano y de la civilización contra las ideas dogmáticas religiosas, las tradiciones y las relaciones de esclavitud de la sociedad feudal. Para ellos, una sociedad de mercado basada en relaciones contractuales, era crucial para el desarrollo de las fuerzas productivas, el desarrollo material e intelectual de la sociedad, las libertades individuales y la igualdad ante la ley. Esta perspectiva condujo a la perpetuación de las relaciones de mercado y a la comprensión de que las instituciones del mercado eran la forma racional del orden natural. Así, toda la historia pre-capitalista fue considerada como un progreso hacia el orden natural del mercado y las leyes de la sociedad burguesa fueron expresadas como leyes eternas que regulan la actividad productiva de los hombres. En este marco, el individualismo y la competencia que se derivan de la forma competitiva de las relaciones de mercado se atribuyeron a la naturaleza humana.

La crítica más importante de la economía política efectuada por Marx es el hecho de que estos filósofos ignoraron el carácter histórico de las relaciones capitalistas. Generalizando la concepción del individuo libre que tomaron prestada de la filosofía de la Ilustración, los principales filósofos de la economía política clásica ignoraron los diferentes órdenes sociales en los que se organizó la producción y trataron las categorías específicas del capitalismo como universales y eternas. Como dice Engels:

“Las condiciones en las cuales producen e intercambian productos los hombres son diversas de un país a otro, y en cada país lo son de una generación a otra. La Economía Política no puede, por tanto, ser la misma para todos los países y para todas las épocas históricas. Desde el arco y la flecha, el cuchillo de piedra y el excepcional intercambio y tráfico de bienes del salvaje hasta la máquina de vapor de mil caballos, el telar mecánico, los ferrocarriles y el Banco de Inglaterra, hay una distancia gigantesca. Los habitantes de la Tierra del Fuego no han llegado a la producción masiva ni al comercio mundial, del mismo modo que tampoco conocen la “pelota” con las letras de cambio ni los cracks bolsísticos. El que quisiera reducir la economía de la Tierra del Fuego a las mismas leyes que rigen la de la Inglaterra actual no conseguiría, evidentemente, obtener con ello sino los lugares comunes más triviales. La Economía Política es, por tanto, esencialmente una ciencia histórica. Esa ciencia trata una materia histórica, lo que quiere decir una materia en constante cambio; estudia por de pronto las leyes especiales de cada particular nivel de desarrollo de la producción y el intercambio, y sólo cuando haya completado esta investigación podrá establecer las pocas leyes generales que son válidas para la producción y el intercambio en general”.[11][11]

Debido a su consideración de las instituciones y las relaciones innatas al capitalismo como una ley natural, la tradición de la economía política clásica, en conjunto, deliberadamente ignoró las características fundamentales de las instituciones que definen el capitalismo. Así, considera al capital no como relaciones sociales que permiten la realización de ganancias para la clase capitalista, subyugando a los mismos productores a su propio desarrollo, sino como instrumentos y maquinaria que ayudan a realizar un proceso general de producción universalmente válido. Del mismo modo, la propiedad privada capitalista de los medios de producción se trata en el marco de una definición universal de propiedad, de tal manera que abarque a todas las formas diferentes de propiedad. Por ejemplo, la propiedad de un pequeño productor de la tierra, trabajada por toda la familia en una economía campesina, o el arco y la flecha del cazador en una sociedad de cazadores-recolectores es tratada igual que la propiedad capitalista. Este tipo de comprensión de la propiedad, construida únicamente sobre la base de las apariencias del capitalismo, desempeñó un papel significativo para justificar el capitalismo.

Habiendo dejado a un lado las características distintivas de la producción capitalista, y eternalizándola, la tradición de la economía política clásica dio vuelta, inevitablemente, a las relaciones de intercambio como base principal de su análisis. Y esta es una perspectiva muy funcional en términos de justificación del capitalismo. Esto se debe a que el intercambio es una actividad voluntaria que tiene lugar entre individuos libres e iguales, y se basa en el beneficio mutuo. Mientras permanezca en esta esfera es inevitable producir resultados “en igualdad de condiciones”. Marx expresa la ilusión de igualdad y libertad que genera esta esfera de intercambio:

“La órbita de la circulación o del cambio de mercancías, dentro de cuyas fronteras se desarrolla la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, el verdadero paraíso de los derechos del hombre. Dentro de estos linderos, sólo reinan la libertad, la igualdad, la propiedad, y Bentham. La libertad, pues el comprador y el vendedor de una mercancía, v. gr. de la fuerza de trabajo, no obedecen a más ley que la de su libre voluntad. Contratan como hombres libres e iguales ante la ley. El contrato es el resultado final en que sus voluntades cobran una expresión jurídica común. La igualdad, pues compradores y vendedores sólo contratan como poseedores de mercancías, cambiando equivalente por equivalente. La propiedad, pues cada cual dispone y solamente puede disponer de lo que es suyo. Y Bentham, pues a cuantos intervienen en estos actos sólo los mueve su interés. La única fuerza que los une y los pone en relación es la fuerza de su egoísmo, de su provecho personal, de su interés privado. Precisamente por eso, porque cada cual cuida solamente de si y ninguno vela por los demás, contribuyen todos ellos, gracias a una armonía preestablecida de las cosas o bajo los auspicios de una providencia omniastuta, a realizar la obra de su provecho mutuo, de su conveniencia colectiva, de su interés social.”[12][12]

En el momento en que dejamos la esfera del intercambio, que produce la ilusión de “igualdad” y “libertad”, las mismas personas asumen caracteres diferentes:

“El otrora poseedor de dinero abre la marcha como capitalista, el poseedor de fuerza de trabajo lo sigue como su obrero; el uno, significativamente, sonríe con ínfulas y avanza impetuoso; el otro lo hace con recelo, reluctante, como el que ha llevado al mercado su propio pellejo y no puede esperar sino una cosa: que se lo curtan”.[13][13]

Aunque la tradición de la economía política clásica declaró a las relaciones sociales burguesas como universalmente válidas, hasta los años 1830 construyó una ciencia económica que investigaba las actuales relaciones de producción en la sociedad burguesa en la lucha que emprendió contra la vieja estructura social. Los pensadores fundadores de la economía política clásica, como Adam Smith y David Ricardo, consideraron el desarrollo de las fuerzas productivas como una condición principal para el progreso, e hicieron su análisis con la inquietud del avance de las fuerzas productivas, sin la preocupación de justificar los intereses estrechos de la burguesía. Esto les permitió abordar las relaciones de la sociedad burguesa con la objetividad científica.

El limitado carácter científico de la economía política clásica comenzó a retroceder a medida que la lucha de la burguesía por el poder contra la tradicional aristocracia en Europa Occidental se hizo exitosa. La ingenua lealtad al progreso de las fuerzas productivas fue reemplazada por la preocupación por la justificación de los estrechos intereses de la burguesía que se organizaba como clase dominante. La literatura de la Economía Política, tras la muerte de Ricardo en 1823, se volvió menos científica y superficial, defendiendo los estrechos y cotidianos intereses de la clase capitalista y encontrando excusas en su favor. Marx calificó a esta Economía Política como vulgar. Habiendo negado la teoría del valor del trabajo, esta escuela abrió el camino a la escuela marginalista que sentó las bases de la economía burguesa moderna.

El Capital y la economía burguesa moderna

El Capital fue recibido con una conspiración de silencio por la prensa alemana y los círculos académicos cuando fue publicado por primera vez en Alemania en 1867. No hay nada que sorprenda de este silencio, pues, era un libro de aguda crítica científica del capitalismo, lleno de ingeniosas exposiciones de pseudo-científicas tesis de una vulgar economía académica.

El Capital era leído y discutido por los círculos de los trabajadores alemanes avanzados, pero, para darle a conocer a los círculos más amplios, Engels escribió una reseña desde un punto de vista burgués, cambiando su estilo, y pidió a sus amigos escribir comentarios similares para obtener más cobertura de la prensa alemana. A pesar de esto, los círculos económicos alemanes oficiales ignoraron esta obra hasta 1880s.

Para entonces, la economía burguesa se hallaba en vísperas de una transformación fundamental a la que había sido arrastrada para proteger los intereses de clase de la burguesía. Incluso en la década de 1830, después de la muerte de Ricardo, la economía política científica comenzó a convertirse en defensora de los intereses inmediatos de la burguesía. La economía política clásica, que fue producto del período progresista de la burguesía, en aquellos años comenzó a considerarse como una carga peligrosa e innecesaria, especialmente por las consecuencias lógicas que implicaba la teoría del valor del trabajo.

Como resultado de que en la segunda mitad del siglo XIX la burguesía dejó de ser la clase progresista de toda Europa y se organizó como una clase hegemónica en cooperación con los restos del antiguo régimen y la aparición del capitalismo monopolista debido a la tendencia del capital a concentrarse y centralizarse, avivó el abandono de la economía política clásica que analizó la economía sobre la base de la existencia de clases opuestas y sus contradicciones. Era el momento de liberar a la economía política de la lucha de clases y de crear una nueva ciencia de acuerdo con los intereses de clase de la burguesía.

En relación con esta búsqueda, las obras publicadas en los años 1870 en Gran Bretaña, Austria y Francia por Stanley Jevons, Carl Menger y Leon Walras respectivamente y casi de manera simultánea, terminaron por destruir a la economía política clásica. Lo que estos economistas tenían en común era que asignaban el concepto de utilidad marginal como su punto de partida y que trataban de explicar el proceso económico en su conjunto sobre la base de una relación psicológica entre los hombres y las mercancías en el proceso de intercambio. Esta escuela se llamó marginalista y sentó las bases de un nuevo enfoque económico, abandonando por completo el marco de la economía política clásica que se basaba en la teoría del valor del trabajo y definía el valor de acuerdo con un valor de uso subjetivo.

Con el fin de construir una ciencia mecánica que pudiera obtener un reconocimiento universal, ubicó a las relaciones que las personas establecen en el proceso de producción e intercambio, las instituciones y la historia completamente fuera de la Economía Política. Los fundadores del marginalismo declararon que estos factores pertenecían a la esfera normativa y alegaron que, sobre la base del principio de utilidad y de interés privado, formaron una economía positiva basada en el análisis del proceso de intercambio de mercancías. Así, utilizando los instrumentos del positivismo del siglo XIX, convirtieron el análisis del intercambio basado en suposiciones utilitarias con respecto a la naturaleza humana en realidades naturales universales. Como resultado de esta nueva línea de pensamiento, a finales del siglo XIX, el término economía vino a reemplazar a la economía política. Por lo tanto, es muy significativo que El Capital haya sido publicado en este momento en que la economía burguesa abandonó todo lo científico y comenzó a adoptar una serie de dogmas pseudo-científicos y escolásticos.

La economía burguesa era consciente de El Capital pero continuaba ignorándolo. Sin embargo, sus representantes de alto calibre intelectual no se abstuvieron de hacer justicia a Marx. Por ejemplo, refiriéndose a la idea de Nassau Senior de que la fuente de ganancia se debía a la abstinencia del capitalista, opinión que Marx ridiculizaba implacablemente en El Capital, Alfred Marshall, que consideraba a Marx como “un pensador tendencioso que había malinterpretado maliciosamente a Ricardo”[14][14], dijo lo siguiente en sus Principios de Economía, donde expuso los fundamentos de la moderna economía académica:

“Karl Marx y sus seguidores han encontrado mucha diversión al considerar la acumulación de riquezas como resultado de la abstinencia del barón Rothschild, que la contrastan con la extravagancia de un trabajador que alimenta a una familia de siete en siete chelines a la semana; y que, aprovechando todos sus ingresos, no practica ninguna abstinencia económica”[15][15].

Tales ejemplos son excepciones. Fue Eugen Böhm von Bawerk, un economista austríaco, quien por primera vez expresó su descontento sobre el poder y la influencia de El Capital. En su libro El fin del sistema marxista (Zum Abschluss des Marxschen Systems) publicado en 1896, Böhm Bawerk afirmó que había incoherencias entre el primero y el tercer volumen de El Capital, que mientras en el primer volumen se hablaba de valores más que de precios, en el tercero se trataba de precios de producción, lo que demostraba la ausencia de fundamento del análisis en El Capital.

Esta crítica no tiene valor por dos razones. En primer lugar, Marx había completado el esbozo del Volumen 3 antes de la publicación del Volumen 1. No es posible que un investigador tan meticuloso como Marx no sea consciente de este problema. En segundo lugar, como hemos tratado de explicar antes, Marx discutió el funcionamiento del capitalismo en diferentes niveles de abstracción en estos dos volúmenes. Por lo tanto, no es un problema de inconsistencia que Marx no se diera cuenta, sino una falta de comprensión por parte de Böhm Bawerk.

Böhm Bawerk tuvo que escribir su crítica después de la publicación del Volumen 3 de El Capital en 1895, lo que demuestra lo poderoso que era el marxismo en ese período. En ese año, Böhm Bawerk era el Secretario del Tesoro en Austria, cargo que mantuvo con intervalos hasta 1904. Su libro, que da un “golpe mortal” a El Capital, fue rápidamente traducido al ruso y luego al inglés bajo el título Karl Marx y el fin de su  sistema. Durante los años de la Guerra Fría el libro volvió a ser popular en un esfuerzo por probar las inconsistencias de El Capital. En la década de 1960, en este libro se basaron los debates sobre la “cuestión de la transformación”, en los que participaron economistas marxistas, así como gurús de la economía burguesa, como el ganador del Premio Nobel Paul Samuelson.

Se puede decir que la economía burguesa tenía dos posiciones diferentes pero interconectadas sobre El Capital. La primera refleja el odio que proviene directamente del instinto de clase burgués. Por ejemplo, John Maynard Keynes, uno de los nombres más influyentes de la economía burguesa en el siglo XX, expresa lo siguiente en su artículo Una visión corta de Rusia, escrito en 1925 después de una visita a la URSS:

“¿Cómo puedo aceptar una doctrina que establece como su Biblia, por encima y más allá de la crítica, un obsoleto libro económico que sé que no sólo es científicamente erróneo sino sin interés ni aplicación para el mundo moderno? ¿Cómo puedo adoptar un credo que, prefiriendo el barro al pez, exalta al proletariado grosero por encima del burgués y de los intelectuales que, cualesquiera que sean sus defectos, son la sal de vida y llevan en sí las semillas de todo progreso humano?”[16][16]

El artículo de Keynes está lleno de insultos similares. Según él, el marxismo arrastra a la gente a sueños sin esperanza, creando emoción similar a los himnos y escrituras religiosas. A pesar de sus ásperas opiniones sobre el marxismo, Keynes no trató de “negar” a Marx, se concentró en reconstruir las  bases “realistas” de la economía burguesa para la reorganización del capitalismo contra la doble amenaza de la Gran Depresión y los logros socialistas en la URSS. Por otra parte, con la confianza y la flexibilidad de ser un miembro de élite de la clásica tradición liberal de la política británica, Keynes fue instrumental en mantener  en la Universidad de Cambridge un marxista como Maurice Dobb y a Piero Sraffa, quien no escondió su simpatía por el marxismo y que también era amigo cercano de Antonio Gramsci.

Los miembros liberales reaccionarios de la Escuela Austriaca fueron los más significativos representantes de la posición hostil y doctrinaria contra Marx y El Capital. En la década de 1920 Ludvig von Mises lanzó un ataque contra la crítica del marxismo al capitalismo. A finales de la década de 1930 este ataque se intensificó con pensadores neoliberales que se unieron al Coloquio Walter Lippmann. Los neoliberales que asistieron a esta conferencia, como Friedrich Hayek, hicieron todo lo posible para refutar a El Capital y erradicar la influencia intelectual del marxismo frente a la amenaza planteada por la Unión Soviética. Después de esta conferencia, la Sociedad Mont Pelerin fue fundada en 1947 bajo la dirección de Hayek y reforzada por figuras como Milton Friedman y Karl Popper. Ésta se convirtió en el centro de una organizada actividad de negación de las teorías económicas y sociales del marxismo.

La segunda posición contra El Capital parecía admitir el poder intelectual de Marx y trató de romper el análisis crítico del capitalismo en El Capital —desde sus conexiones fundamentales— y reconciliarlo con las escuelas burguesas de pensamiento. Esta tendencia comenzó con los esfuerzos de los marxistas legales rusos, influidos principalmente por las ideas reformistas de los representantes de la Segunda Internacional, como Bernstein y Kautsky, para reconciliar con las categorías de la economía burguesa algunos temas teóricos planteados en El Capital y, a lo largo del siglo XX, continuar adoptando diferentes formas.

En el mundo académico del siglo XX, aunque con una base crítica, muchas escuelas o debates sobre el marxismo alrededor de diferentes aspectos del capitalismo llevan los signos de esta tendencia conciliadora. Keynesianismo de izquierda, economía de Sraffian, marxismo analítico, escuela de la dependencia, escuela de la regulación, teoría del sistema-mundo, estructuralismo, socialismo de mercado, nuevo imperialismo, etc. muchas escuelas y discusiones desempeñaron un papel significativo para deformar el análisis crítico de Marx sobre el capitalismo y vaciarlo de su esencia. Por supuesto, en la academia también hay investigadores que tratan de entender el mundo moderno de una manera creativa, a la luz de la riqueza teórica que se exhibió en El Capital. Sin embargo, son muy limitados en número y en términos de su influencia.

Hay que reflexionar sobre el hecho de que una obra gigantesca como El Capital solamente podría encontrar lugar en el mundo académico pasando por el prisma de las diferentes escuelas burguesas de economía. Hay dos razones para eso. En primer lugar, en una academia bajo el reinado del positivismo, que obstaculiza la comprensión de la realidad compartimentando la experiencia social en áreas aisladas, no es fácil entender una obra como El Capital, que no se basa en secciones interdisciplinares, donde la totalidad de los avances registrados en la humanidad se muestran con un ojo crítico. Las diferenciaciones interdisciplinarias institucionalizadas en la academia y una práctica docente que va a la par dificultan el alcance de un punto de vista sano y sistemático que se muestra en El Capital.

La segunda y más importante razón para que El Capital no sea leído y discutido ampliamente en el mundo intelectual es el hecho de que la economía burguesa acertó en el mensaje de El Capital: que la hegemonía burguesa se basa en la explotación de la plusvalía. Así, de alguna manera la economía debe oscurecer esta realidad. Por esta razón, mientras que en otros ámbitos de las ciencias sociales se permitió que las ideas “radicales” fueran expuestas y tengan lugar en los programas educativos, siempre que permanecieran en los parámetros académicos, en el ámbito económico la esencia del currículo pseudocientífico impulsado por el positivismo vulgar del último cuarto del siglo XIX no cambió, por el contrario se hizo más técnico e incluso ignoró la realidad empírica.

A nivel universitario, el contenido del estudio de la economía está determinado por los economistas que trabajan en las universidades más elitistas de los Estados Unidos, que al mismo tiempo tienen posiciones directivas y deciden los programas de instituciones imperialistas como el FMI y el Banco Mundial y además trabajan como consultores en prominentes instituciones del capital financiero como Goldman Sachs.

Los programas de investigación y las obras teóricas en el campo económico son establecidos por los representantes de élite de esta tradición y a través de instrumentos tales como los premios Nobel, entregados  principalmente a aquellos economistas que hacen investigación que responde a las actuales necesidades del capitalismo. Una gran mayoría de los fundadores y más tarde gerentes de la Sociedad Mont Pelerin fueron galardonados con el Premio Nobel de Ciencias Económicas.

En resumen, la burguesía monopoliza el conocimiento en el campo económico. Debido a esta hegemonía ideológica, la retórica de los “requerimientos de la economía”, que no sirve más que para obscurecer la naturaleza real del capitalismo, es fácilmente aceptada entre los obreros y los intelectuales progresistas.

Para que la clase obrera asuma en su conjunto la lucha contra los ataques capitalistas dirigidos contra sí misma y contra la humanidad, esta hegemonía tiene que ser quebrantada. Por esta razón, es una tarea urgente leer y discutir Capital en su 150 aniversario.

Partido del Trabajo de Turquía (EMEP)

Agosto de 2017

[1]         Carta de Marx a Ruge, 1843.

[2]         Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política. 1859.

[3]         El Capital, Tomo I. Epilogo a la segunda edición alemana.

[4]         Manifiesto Comunista.

[5]         K. Marx: “El Capital” Epílogo a la primera edición.

[6]         El Capital, Tomo I, Prefacio a la Primera edición alemana.

[7]         El Capital, Tomo I, Prefacio a la primera edición alemana.

[8]         Contribución a la crítica de la Economía Política.

[9]         El Capital, Tomo I.

[10]        El Capital. Tomo I. Palabras finales a la segunda edición alemana.

[11]        Anti-Dühring.

[12]        El Capital. Tomo I.

[13]        El Capital. Tomo I.

[14]        Maurice Dobb, Theories of Value and Distribution Since Adam Smith, London, Cambridge University Press, 1973, p.141.

[15]        E.K. Hunt & Mark Lautzenheiser, History of Economic Thought, New York, M.E. Sharpe, 2011, p. 289.

[16]        John M. Keynes, Ensayos de Persuasión, New York, W. W. Norton & Company, 1963.

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